viernes, 8 de agosto de 2008

Blue nude



Abre y cierra los ojos. Pestañea, abre un ojo, se vuelca, abre el otro, mira el techo, vuelve a cerrarlos y se queda ahí, inerte. Hay algo de esa sensación, de ese despertar dormitando que le da escalofríos. Es una puerta entre dos mundos, una especie de túnel donde un sueño abre su boca y te hinca los dientes, hasta la carne tras la carne, hasta esa que en verdad duele. Es ese ardor de saberse despierta la que la lleva a bucear entre las sábanas (sabe que es la única forma de zurcir el sueño): una pierna sobre el cojín buscando su región mas fría, las manos amoldándosele al rostro y toda la piel, como desprendida. Se siente como los animales en sus escondrijos: buscando refugio, ocultando sus miedos, escondiéndose de sus predadores. -La realidad y su presa- piensa de si misma, antes de hacerse un gesto y apoyar bien el mentón sobre la almohada. Escudriña un poco en sus sueños, en los previos, los que el tiempo no le permitió terminar por miedo a que de tener un desenlace, se quedará a vivir en ellos. Primero son colores, colores desvaneciéndose, aturdiéndose entre si, mientras juegan, se abrazan, se vuelcan en otros colores que ni siquiera tienen nombre, que se abisman a forjar imágenes, imágenes que al principio parecen imitar a las ventanas bajo la lluvia, esas fotografías brumosas, esa tristeza de abuelo que resbala por el vidrio. Acomoda un poco mas el cuello y construye un hilo de sensaciones, una cadena de reacciones en busca de un atajo, algo que catapulte un sentimiento y arraigue su estancia en el calor que ato a sus sienes ese último espejismo.

Recuerda haber soñado con gatos. Los recolecta, los dibuja en su mente, sobre sus párpados, para luego tomar una escalera a la conciencia y divagar -¿Por qué gatos?- retumba bajo sus ojos. Busca en las esquinas, en los resquicios de días pasados hasta finalmente suponer, que toda la culpa recae en Amanda. Ayer justamente, después del cigarro matutino, le comentaba acerca de su manía de ronronearle al novio mientras hundía la cara en su cuello. Le explicaba lo tierno que le parecía y agregaba que siempre lo hacia con el único propósito de conseguir un beso, un quiebre en una caricia que saltaba de su nariz a la boca de su amado. –Yo nunca haría algo así- balbucea, para aplastar la cabeza bajo la almohada y concentrarse, hacer paso entre el calidoscopio de imágenes que pululaba en su cabeza y encontrar la que se fugo de allí a cobijar su piel, a bañarla en un halo de electricidad que encerró un acertijo, ese desvalido momento en esa tierra de nuncas y jamases. Vuelve a su cabeza como con los pies sucios de contradicciones, desechando todo atisbo a evocaciones o a quimeras que puedan retenerla en su misión: encontrar ese último lienzo, esa acuarela a medias que a la fuerza y medio viva pretendía concluir.

Da un par de quejidos, aprieta aún mas el cojín sobre su cara y esta molesta, se siente incapaz de humedecer los segundos con ese origen que envuelve tal narcolepsia. Y es que a veces es difícil perseguir los sueños, son como las nubes: se alzan bien alto, volátiles, preñadas de colores y formas. Llevan por alas las pupilas y sus manos, nos buscan desde el cielo como invitándonos a exhalar. –Era un árbol- piensa, hundiendo los ojos más allá del cráneo, atando esa hebra entre sus dedos, halándola, recogiéndola hasta desvestir las ansias y encontrar la puerta a tanto pasillo maltrecho. Efectivamente es un árbol, un árbol con páginas en vez de hojas y su tronco es una gran escalera que baja serpenteando hasta hundir sus raíces en el suelo, en el follaje de palabras que también abraza a sus dedos, los dedos de su escuálida sombra. Al fin su cuerpo fue capaz de entrar en si misma, fue capaz de escalar el diámetro de toda ese vacío pendiendo en el aire, de esas ansias por revolcarse en el lodo de su propio aturdimiento. Se mira las manos, creyendo encontrar un rastro de carne, de realidad, pero su forma muta, se humedece, se desparrama, abrazando el infinito que alberga una sola palabra, una palabra revuelta en un millón de otras que al final, la convierten en verbo, en la tilde que surca los muros de sus despedidas mas célebres, del recuento de sus sonrisas más falsas, del quiebre de sus caretas mas grávidas, de ese sueño, de ese momento, segundo, minuto, hora que desbarata este cuento.

Aquí, no posee brazos ni piernas, la tierra las toma para si, como si fueran parte de ella, como su cabello, que en este plano viene a ser una prolongación del horizonte. Sus ojos parecieran imitar el barniz que se descascara del cielo, pues el cielo suele quebrarse en sus historias. Su boca encierra ese perfume de muerte que se arrastra en los monólogos, ese hedor a melancolía atravesando los dientes. Sin embargo no habla, ser parte de este lánguido país la hace muda, ella en si misma, no es más que un grito contenido, una garganta apabullada por miles de voces ajadas y tercas, estancadas en el miedo que da habitar el espejo, el lado ajeno de todas las esquinas. Poco a poco su sombra, se vuelve un todo estruendoso, su piel vibra, su cuerpo se desarma en un cosmos que la hace pensar en Dalí, en ese dolor a la realidad subcutánea que se esconde en la orilla de una mirada, en el revés de una mente, de esa ciencia que logra desposeerse del mundo.

Trata de imaginar sus brazos cayendo de la cama, trata de purgar sus ojos, de reconocerse en alguna fotografía que esconde en retazos, pero se escapan las ideas, se le nubla el sentido y aquella escalera que trepaba a sus páginas, a sus polvorientos libros, pasa a ser una especie de habitación al pasado, una estación dentro de su propio otoño, donde los recuerdos se fragmentan en miles de lunares sobre el pellejo que parece tener la realidad. Ahora es cuando la lengua inyecta sentido al habla, la voz se desplaza como un disparo y da muerte al suspiro. Su boca se abre barnizando el eco que se cuela por las fisuras de alguna voz olvidada, de algún dejo a la razón, un impulso verbalizado desarmando el vergel del tiempo en el aire. Ahí estaba, con el corazón acalambrado de paradigmas a colores, dentro de un cuerpo que a su vez se encuentra inserto, conectado a una realidad monocromática. Escucha su propia voz desde las orillas de todas las cosas, chirriando, como si las palabras que no dijera, masticaran los tímpanos de su odio a no saberse, de su rabia a contenerse y no esculpir sus miedos, sus deseos. Ahora grita, grita sin muros que la contengan, sin ese universo de espejos que no le permitía quebrar el camino, solo emular lo que dictaba el reflejo, nunca al otro lado, nunca deshaciendo las sombras, nunca descubriéndose absurda, sin forma, sin credo, sin hábitos mas que los que imponen sus huesos en esa rigidez humana. Ahora grita sin cuestionarse si aprende a expulsar el oscuro cadáver que se resbala de sus días como muerta, como esposa de la vagabunda palabra que traía entre sus manos la soledad. Allí en esa isla de colores, puede ser la que no se permite poner mayúsculas en la palabra más aguda del repertorio, de la canción que se guarda en las costillas, para desenrejarla y afilarla en los oídos de quienes la ven desde el hombro (o un poco más arriba) tan desvalida de sonrisas. Ve sus brazos volver desde un verde, desde un azul en un cometa de turquesas, componiendo su rostro, alzando su barbilla, preñándola de un aire venusiano, como dotándola de una piel algo lechosa que baja hasta sus piernas, cortando raíces, acariciando los cimientos de la que se esconde bajo el caparazón de los días, bajo el racimo de ojos escudriñando sus huellas, sus pasos por la escalinata a todas las esquinas. Su cuerpo vuelve, sus pies corren y sus piernas y brazos casi vuelan, se alzan al abrazo de si misma a los pies de la cama, a la que deja atrás por un nuevo enjambre de memorias, la amalgama principal en esta estancia. Puede ser ella, sin sombra, sin reflejo, ella; arrojada a los ritmos de su agujero, el que se enraíza en el pecho, como otro esqueleto vistiendo el que lleva, el que llevo, el que se le descalabra. Su voz es un himno de insolencia contra la retórica de la corazonada y el monologo de sus nebulosas.

-El reflejo es el braille a mi ceguera-

-Y con este cuadro titulado “Desnudo azul” damos término al periodo azul de Picasso, el orgullo de la galería, ¿Alguna pregunta? ¿Señorita?-

4 comentarios:

Don Waka dijo...

Notable. Te repito lo que ya te he dicho en otras oportunidades: admiro tu capacidad de dar vuelta la realidad y enfocar la simpleza y esencia de las cosas mundanas y cotidianas en la cúspide de cualquier pirámide jerárquica.

Keep writing ;)

Agnes Milk dijo...

interesante
me gustaría opinar más pero
ya me pique y seguiré leyendote
y creo va para largo

jdhdj dijo...

fantastico
aparte que me encanta el periodo azul de picasso

saludos lindo blog :D

tierragramas dijo...

qué fuerte ha de ser la Narcolépsia... Bueno, yo sufro de insomnio (gracias a eso recaigo en tus letras), pero por suerte, creo, aún no me quedo dormido de pie o algo por el estilo,

Me gustó lo que leí. Es un buen ejercicio tomar un cuadro como eje central de un relato. O una foto. O una imagen. Bueno, eje, porque desde ahí te lanzas al camino, y de ahí directo a volar nada más.

Felicitaciones

Tierragramas